sábado, 24 de julio de 2010

Importancia de los grupos juveniles




La educación es algo humano que requiere la participación de los hombres y de todo el hombre, es decir, se requiere empeñar todas las fuerzas espirituales y humanas tanto de parte del educando como del educador. El muchacho percibe de inmediato si se están entregando enteramente a él, a su formación, buscando sólo su bien.

Por su lado, el educador debe calibrar el grado de interés con que se reciben los elementos formativos que él quiere transmitir. Y no hay que olvidar que un buen formador no tiene medidas universales que aplica indiscriminadamente a todos. El buen formador conoce a cada uno en profundidad y actúa con cada uno de la forma más conveniente.

Para construir su propio sistema de valores ellos deben repensar y reordenar esos valores que uno les propone; por eso les tenemos que facilitar el ambiente adecuado, los medios convenientes, las actividades propicias. No basta con darles discursos moralizantes. Es aquí donde entra de modo providente el papel del los grupos juveniles, con su propuesta de un ambiente alternativo y de un plan integral de formación impartido a grupos naturales y homogéneos.

En el adolescente la religión adquiere un aspecto más emotivo que en la niñez, pero también se da una mayor penetración de los valores, de la doctrina y de la práctica religiosa, y la fe llega a ser convicción. Eso no quita, que la experiencia religiosa del adolescente siga siendo inmadura, con pocas bases sólidas, fundada en elementos emocionales. Es muy normal, por ejemplo, que haya una adhesión a las prácticas litúrgicas más por el gusto exterior del ceremonial religioso que por el significado profundo de tal liturgia.El egocentrismo psicológico de la adolescencia, unido al carácter altruista e idealista, se encuentran a menudo bajo la forma de una especie de mesianismo: el adolescente se atribuye con toda modestia un papel esencial en la salvación de la humanidad y organiza su plan de vida en función de esa idea; hace un pacto con Dios, comprometiéndose a servirle sin recompensa, pero esperando desempeñar, por ello mismo, un papel decisivo en la causa que se dispone a defender. Es importante que el formador encauce esta percepción del muchacho en lo que tiene de verdadera (“una misión personal y trascendente en la vida”) y la inserte en la dinámica de la voluntad y el amor de Dios (“Cristo te invita a participar de su misión mesiánica y de su vida íntima”) y en la dimensión corporativa (“una misión que compartes con otros, haciendo una única fuerza de salvación”).

Tomado de catholic.net

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